Vivimos en una calle con poco tránsito en la última casa antes de unos cien metros de sin alumbrado público y una calle de lastre con cafetales de un lado y una finca del otro.
Ayer llegamos a la casa cerca de las seis de la tarde "cuando el día ya no es día y la noche aún no llega"; y a escasos treinta metros había un carro Hyundai azul parqueado a la orilla de la carretera, como siempre pensando en nuestra seguridad me quedo quieto alumbrando el auto esperando a ver si son ladrones o algo extraño, cual fue nuestra sorpresa que el carro empezó a balancearse de un lado al otro, así que decidí poner las luces altas y sí efectivamente se asoma una cabeza que obviamente estaba en posición horizontal.
Lo que más gracia me causó fue que entramos a la casa y no les dio vergüenza seguir, dado que mientras entraba a la casa el movimiento siguió. Minutos más tarde le tomé una fotografía al carro cuando otro auto pasó a la par alumbrándolos, para entonces el vidrio trasero estaba bastante empañado.
Así que si algún quieren mostrarle el amor a su pareja y no tienen donde ir, frente a nuestra casa hay un sitio para los moteles rodantes, eso sí por favor me avisan antes para no tomarles fotos ni los datos de la placa con los cuales averiguo muchas cosas.
1 comentario:
Después de recuperarnos un poco de los dos días de hotelazo, el viernes por la mañana Ónix me llamó por teléfono.
--Vamos a una fiesta.
--Órale, vamos.
--Pasa por mí a las cinco.
--¿Tan temprano?
--Sí. Te espero en la recepción.
--Ya vas. A las cinco en punto, no faltaba más, me detenía frente a la recepción de su hotel. Ella estaba ahí esperándome y se subió al auto. Seguía haciendo frío en la ciudad, de modo que Ónix venía vestida con ropa caliente, que no permitía apreciar las formas de su cuerpo. Nos saludamos con un gran beso, cachondo beso salivoso y luego arranqué.
--¿A dónde vamos?
--Al Ajusco. Enfilamos hacia el sur de la ciudad.
--Oye, cariño –me dijo Ónix
--prepárate porque vamos a una fiesta de colegas mías.
--¿Son biólogas?
--No te hagas pendejo, mi amor. Son brujas. Te estoy invitando a una reunión de brujas.
--¿Un aquelarre?
--Esa palabra no nos gusta... pero sí, podríamos decir que es un aquelarre.
--¿Hay muchas brujas?
--Cantidad... y uno que otro brujo.
--Oye... y ¿a qué debo el honor de ser invitado a un aquelarre?
--Tú vas a ser la cena. Casi choco de la impresión. Me detuve en seco, provocándo los bocinazos de los autos que venían detrás.
--¿Qué dijiste?
--Ja, ja, ja. No te asustes, tontito. Es broma. Pero, en serio, prepárate, porque mis amigas te van a dar el visto bueno.
--¿El visto bueno?
--Sí. Pero sólo mis amigas más íntimas... ya te las voy a presentar. Es una costumbre que tenemos...
--¿Y qué significa dar el visto bueno?
--¿Eres o te haces, mi vida? Hoy en la noche te vas a dar el gran gusto de tu vida. Te van a coger cuatro o cinco de mis amigas, que, por cierto, están buenísimas...
--¿Estás loca? ¿Vas a dejar que me coja a tus amigas?
--Ellas te van a coger a ti... y sí, como te digo, es una costumbre nuestra. Cuando alguna tiene un novio nuevo, lo probamos todas...
--O sea que ¿tú has hecho lo mismo con sus novios?
--¡Claro! Ante mi cara de sorpresa y, por qué no, de enojo, Ónix cortó por lo sano:
--No me digas que te vas a poner celoso, corazón –dijo, mientras empezaba a abrirme el cierre del pantalón --. Ya sabes que te amo y yo sé que me amas. Si usamos a otras personas para coger, no tiene importancia... ¿no crees?
Me sacó el pene, ya medio erecto a esas alturas; se agachó sobre mí y empezó a mamármela como sólo ella sabe hacerlo. Y, para variar, todas las protestas, preguntas o dudas que se formaban en mi cerebro, desaparecieron de inmediato. Eran sus habilidades brujeriles. Así, mientras yo seguía manejando, Ónix me mamaba la verga; yo trataba de mantener el control para no causar un accidente, pero era muy difícil. Tuve que orillarme, a la altura del parque Hundido, para seguir disfrutando del trabajo bucal de mi novia.
--Ónix... si nos ve una patrulla nos va a chingar.
Soltó mi pene sólo para decir: “Nadie nos va a molestar”. Y siguió con lo suyo. Y, en efecto, nadie nos molestó. No pasó ninguna patrulla, ningún automóvil se detuvo junto a nosotros... es más, ni siquiera había peatones en ese momento. Y quien viva en la ciudad de México sabrá que todo esto es prácticamente imposible. Se lo atribuí, una vez más, a sus poderes extraños y entonces me abandoné a la caricia bucal. Me recargué hacia atrás y empecé a sobar sus soberbias nalgas y sus delicadas tetas sobre la ropa.
Ónix, aparentemente, tenía prisa, porque comenzó a acelerar la intensidad de su mamada, ayudándose con las manos... es decir, me chaqueteaba y me mamaba al mismo tiempo... y, claro, en poco tiempo ahí estaba yo, disparando lechazo tras lechazo en su deliciosa y rojísima boca.
Pero Ónix no se tragó el semen. Se incorporó y me besó en la boca. Yo no me esperaba eso. Todo mi semen estaba retenido en su cavidad bucal y, al besarme, me lo pasó casi todo. Antes de que yo pudiera protestar, Ónix hizo algo, no sé muy bien qué, en mi garganta y me obligó a tragar.
No me gustó el sabor, sentí que se me irritaba la garganta y empecé a toser. Ella, como si nada, sacó un klínex de su bolso, me limpió el pene y lo acomodó de nuevo en su lugar. Se limpió la boca y luego ordenó: “Ya vámonos, tenemos que llegar antes de las seis”. Yo seguía tosiendo y haciendo ascos.
--Ya, ya, mi vida. No es para tanto. ¿No te gusta que yo me trague tu lefa?
--Pues... sí.
--Bueno... ahora ya sabes lo que sentimos las mujeres. Aunque a mí no me da asco... a mí me gusta tomar esa leche casi tanto como la otra.
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